lunes, 24 de octubre de 2011

Gobernabilidad

Mucho se ha dicho sobre la inoperancia de los Congresos, tanto el federal como el del estado. A nivel  de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, ningún partido por sí solo tiene mayoría absoluta; es decir, la mitad más uno.

A nivel local, hay una mayoría absoluta (16 de 30) de la bancada del PRI con el diputado panista que se pasó a las filas del partido tricolor; sin embargo, como la ley orgánica establece que prácticamente todo debe aprobarse por 20 diputados, esa mayoría absoluta se vuelve relativa. Al no haber pues mayorías absolutas en sentido estricto, se dice que el procesamiento de las iniciativas de ley,  si no imposible, se hace  muy difícil. Hay que decir que, a pesar de esa circunstancia, en ambas cámaras se han aprobado las cuestiones esenciales, e incluso se han emitido más decretos que en otras legislaturas; lo que quiere decir que “hablando se entiende la gente”, y que el diálogo finalmente es el que resuelve muchas cosas. 

Pero la inoperancia a la que se alude al principio es porque ciertos temas se han estancado, entre ellos y principalmente: la reforma laboral, la reforma fiscal, la reforma energética, la reforma de seguridad nacional. Y ello ha conducido a que la discusión se centre en torno a la necesidad que el Ejecutivo tenga con la bancada de su partido la mayoría necesaria para que sus iniciativas prosperen. Si somos rigurosos, en realidad no han prosperado porque en la sociedad no hay consenso sobre esos temas. Si afuera del Congreso hubiera consenso, éste no tendría más que procesar en el sentido consensuado los temas que hoy son motivo de discusión.  Pero hay que echarle la culpa a alguien.  Por ejemplo, las televisoras cuestionan permanentemente al Congreso, dolidas por la reforma del 2007 que afectaron sus intereses. 

Volvamos al tema de las mayorías absolutas y cómo lograrlas cuando no se consiguen en la elección misma. Hay varias fórmulas: una es la llamada segunda vuelta, que propiciaría que si no se logra en la primera la mayoría necesaria, al sólo dejar para la segunda vuelta a dos partidos, ésta se consigue; otra es la de la cláusula de sobrerrepresentación: si un partido obtiene 42 % de la votación, pero tiene menos de 251 diputados, en automático  se le conceden los faltantes para que logre la mayoría absoluta; en el caso local, la fórmula es distinta, pero tiene el mismo sentido. Otra fórmula es la adopción de coaliciones legislativas, y no sólo electorales, que permitan impulsar una agenda de común acuerdo entre bancadas diferentes; fórmula que, sin embargo, supone un cambio de régimen político, que merece una explicación más amplia. Otra fórmula que no supone cambiar de régimen y que haría más fácil que se consiguiese la mayoría de la mitad más uno es la de reducir en 100 diputados plurinominales la integración de la Cámara de Diputados federal.

Así, con 201 de 400, se tendría mayoría más fácilmente, no en automático, porque igual el votante fracciona tanto las simpatías que aun así nadie pudiera tener ese número de curules. Esa  última propuesta la hizo Enrique Peña Nieto en el último foro que se celebró en Querétaro, organizado por la Fundación Colosio Nacional. También la han expresado otras personas y agrupaciones. Por ahí pudiera ser el camino, que además tendría la ventaja de reducir costo de operación de la representación popular. En el caso local, una primera medida sería quitar el candado de que todo se apruebe por 20 de 30, es decir, mayoría calificada, y darle su verdadero sentido a la mayoría absoluta. El debate está abierto.

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