lunes, 10 de octubre de 2011

Clases medias y deterioro social

A diferencia de lo que sucede en los países desarrollados,  en México, las familias de clase media han logrado ese status gracias al conjunto de ingresos que se acumulan en una familia, no sólo gracias a un ingreso individual o de pareja típicamente elevado que caracteriza a la clase media internacional, o más bien europea.

Hay países emergentes que han duplicado en los últimos 15 años a sus clases medias: Brasil, Chile, México mismo, y en breve, India. Una forma de medir esa condición tiene que ver con el ingreso y los bienes que se poseen, pero otra tiene que ver con ciertas actitudes. Quienes han estudiado estos temas consideran que quien reúna más de una de las siguientes características forma parte de ese segmento social: paga a plazos, tiene computadora, ha comprado un seguro, tiene acceso a internet, en su familia es el primero en  ir a la universidad, vive en una ciudad, ha viajado en avión, construyó un segundo piso, tiene coche, va al cine o es profesionista.  Una muestra adicional de que se ha expandido la clase media mexicana es el hecho de que 65% de la población, cuando menos una vez al año, ha viajado fuera de su ciudad o el hecho de que cada vez un menor número de mexicanos se identifica con un  partido político o, en otras palabras, que el cambio de preferencias políticas es un síntoma de crecimiento de la clase media: en 1989, 29% de la población no tenía identidad partidaria, en 2007, el 34.7%. Hay otros indicadores que se asocian a la pertenencia de ese segmento social, como, por ejemplo, el consumo per cápita de cárnicos o la utilización per cápita de servicios de salud privados. Desde luego que en todo esto hay matices, según la región del país o los segmentos de edad, pero es indudable que ha habido una expansión de ese segmento poblacional.

Desafortunadamente, también existe y es mayoritario el segmento de pobladores de México que viven en condiciones de pobreza y de pobreza extrema. Los contrastes crecen e irritan. El crecimiento de la criminalidad que hoy observamos está asociado a esas diferencias. Peor aún, la crisis del 2009, de la que todavía  no salimos, pese a las cifras alegres que presenta la autoridad, hizo crecer la informalidad y debilitó a la clase media que poco a poco fue perdiendo capacidad de compra e incluso empleo: los jóvenes egresados de las universidades, adicionalmente, no han logrado incorporarse al mercado de trabajo. Todo lo  anterior ha ampliado la posibilidad de brotes de violencia social distinta a la asociada al crimen organizado. 

La inestabilidad que ello pudiera provocar debe preocupar hondamente a quienes toman decisiones, pero también a quienes pregonan una mayor participación ciudadana que se entiende no como una vía para alcanzar el poder político, sino como una forma de contrarrestar sus yerros o corregir sus tendencias. Es decir, a través del poder ciudadano marcar la pauta, crear conciencia, protestar e ir articulando las demandas en propuestas concretas.  Por otro lado, es imprescindible que todos nos despojemos del lenguaje simplista o esquizofrénico, según el cual se dice una cosa y se hace otra. Las campañas que vienen y las precampañas que ya están y que han rebasado a las autoridades electorales que no saben cómo cubrir las apariencias son perlas del doble discurso. Que si la libertad de expresión, que no hay demandas específicas y por ende no se puede actuar, que si no hay recursos de vigilancia, etcétera, avizoran que ya en el proceso, igualmente, será difícil argumentar la legalidad y legitimidad de quienes triunfen. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario